Hay dos formas de recordar el asedio español de Tenochtitlán, la capital azteca que hoy es la Ciudad de México: como el doloroso nacimiento del México moderno o como el inicio de siglos de una virtual esclavitud.
La batalla que cambió el mundo comenzó el 22 de mayo de 1521 y duró meses, hasta que la ciudad finalmente cayó en manos de los conquistadores el 13 de agosto. Fue una de las pocas veces en las que un ejército de indígenas organizados al mando de un cacique enfrentó a los colonizadores europeos y los mantuvo a raya por meses. Su derrota final ayudó a marcar el rumbo de la conquista y colonización que le siguieron.
“La caída de Tenochtitlán abrió la historia moderna de Occidente”, expresó el historiador Salvador Rueda, director del Museo Chapultepec de la capital mexicana.
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Una forma de recordar lo ocurrido la simboliza una placa en la Plaza de las Tres Culturas que rinde homenaje a los indígenas mexicanos, al colonialismo español y al México “moderno” de raza mixta que generó la conquista.
Las tres culturas están representadas en tres edificios: Un templo azteca en ruinas, una iglesia colonial construida sobre sus ruinas y una oficina municipal moderna construida en la década de 1960. “No fue triunfo ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”, dice la placa.
Ese sentimiento, promovido por el gobierno desde los años 20 —de que México es una nación unificada, donde todos son de raza mixta, con la sangre de los conquistadores y de los conquistados—, está tan anquilosado como el edificio de oficinas de los años 60.
Buena parte del edificio está rodeado de cintas porque su fachada de mármol se cae a pedazos y los mexicanos indígenas o de piel oscura siguen siendo discriminados por sus compatriotas de piel más clara.
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A pocas cuadras hay un mensaje mucho más fuerte y tal vez más acertado, en un muro de la pequeña iglesia de Tequipeuhcán, un sitio cuyo nombre en el lenguaje náhuatl lo sintetiza todo.
“Tequipeuhcan: Lugar donde empezó la esclavitud”, dice la placa. “Aquí fue hecho prisionero el emperador Cuauhtemotzin la tarde del 13 de agosto de 1521”.
La Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, lo resume así: “La caída del México-Tenochtitlan abrió una historia de epidemias, abusos y 300 años del México colonial”.
Esa fue la norma en todo el hemisferio durante tres siglos. Los colonizadores se robaron las tierras de los pueblos indígenas y los hicieron trabajar para ellos, extrayendo la riqueza para beneficio de los colonizadores.
“Los españoles parecían tan convencidos de que este modelo funcionaba bien que (el segundo de Cortés, Pedro) de Alvarado se preparaba para lanzar una invasión a China cuando tuvo que enfrascarse en otra batalla al oeste de México y falleció”, comentó David M. Carballo, profesor de arqueología, antropología y estudios latinoamericanos de la Universidad de Boston y autor del libro “Collision of Worlds” (Choque de mundos).
Añadió que la conquista de México “generó realmente el mundo globalizado, ya que conectó el transatlántico con el transpacífico y todos los continentes habitados. Eso puso en marcha lo que hoy llamamos la globalización”.
Cortés y sus 900 españoles —más miles de aliados de grupos indígenas oprimidos por los aztecas— comenzaron el asedio el 22 de mayo de 1521. Ingresaron a la Ciudad de México en 1520, pero fueron rechazados pocos meses después, sufriendo grandes pérdidas y dejando atrás la mayor parte del oro que habían saqueado.
Los españoles, sin embargo, estaban mucho mejor preparados para una guerra de conquista. Se habían pasado buena parte de los siete siglos previos peleando para reconquistar España de los ocupantes árabes. Sorprendentemente, pudieron aprovechar su experiencia de combate naval en el Mediterráneo en la batalla por la capital azteca, que se encuentra en un valle elevado a más de 2,100 metros de altura sobre el nivel del mar y a cientos de kilómetros del mar.
Tenochtitlan estaba rodeada por un lago, cruzado por calzadas, y los españoles construyeron bergantines —unas especies de plataformas flotantes de combate— para enfrentar a los aztecas en sus canoas.
La campaña dio paso a una serie de brutales combates, de meses de duración, por el control de las calzadas elevadas que conducían a la ciudad.
Los aztecas se apuntaron varias victorias, tomaron muchos españoles prisioneros y capturaron armas que luego usaron en contra de los conquistadores.
En una ocasión capturaron 60 españoles y los sacrificaron uno por uno —probablemente sacándoles del pecho el corazón que todavía latía— a plena vista de los demás españoles. Los mismos conquistadores admitieron que el efecto fue aterrador.
Pero los españoles hicieron buen uso de la experiencia ganada en asedios durante la recién concluida reconquista de España. Interrumpieron el abastecimiento de agua fresca y de comida a la ciudad, y se reforzaron con indígenas sometidos por los aztecas, cansados de pagarles tributo.
Su arma más poderosa no fueron los caballos, los perros de combate ni los primitivos mosquetes. Ni siguiera las tretas empleadas para capturar al emperador azteca Moctezuma, fallecido en 1520, y, más tarde, al emperador inca Atahualpa. Su arma más efectiva fue la viruela.
Durante la corta estadía de Cortés en la Ciudad de México, en 1520, los aztecas empezaron a contagiarse de viruela, traída teóricamente por los esclavos africanos que llevaron los españoles.
Carlos Viesca, historiador médico de la Universidad Nacional Autónoma de México, dijo que al menos 150,000 de los 300,000 habitantes de la ciudad probablemente murieron antes de que los españoles pudiesen reconquistar la ciudad. Cuenta que cuando lo hicieron, alguien dijo que “caminábamos sobre cadáveres”.
Al final, indicó Viesca, Cuauhtémoc —el último emperador azteca— “tenía pocos soldados con fuerza para pelear”.
La antropóloga médica Sandra Guevara destacó que la viruela resultó tan letal para los indígenas —que no habían sido expuestos a ella y no habían desarrollado defensas inmunológicas—, que quienes sobrevivieron probablemente quedaron ciegos o sufrieron de gangrena en piernas, narices y bocas.
Cuando la ciudad cayó, había tantos cadáveres que los españoles no pudieron ocuparla plenamente por meses. La única forma de eliminar el hedor era demoler las casas de los aztecas y enterrarlos debajo de los escombros.
Cuitláhuac, un respetado líder que sucedió a Moctezuma y precedió a Cuauhtémoc, falleció de viruela a fines del 1520, antes de que comenzase el asedio.
“Si Cuitláhuac no hubiese muerto, la historia de México habría sido diferente”, dijo Guevara.
El emperador Cuauhtémoc —Cuauhtemotzin para los aztecas— tomó el mando y encabezó efectivamente la resistencia al asedio de 1521.
Pero en agosto, acosado en el extremo oriental de la ciudad, se rindió o fue capturado. Fue torturado porque los españoles querían recuperar el oro que habían tenido que dejar en 1520. Estoico hasta el final, Cuauhtémoc les dio supuestamente un puñal a los españoles y les dijo que lo mataran.
Aún hoy es una figura tan trágica y venerada que desde hace siglos se alienta a los mexicanos a imitar su sacrificio inútil. Cuando seis cadetes fueron rodeados por efectivos estadounidenses en una academia militar de la Ciudad de México durante la invasión de 1847, se cuenta que, en lugar de rendirse, se ahorcaron. Son considerados héroes nacionales.
La fallida defensa de Tenochtitlán fue un adelanto de las inútiles resistencias de los indígenas a ejércitos europeos numerosos, con posiciones fijas y asedios. Aparte de algunos combates entre los españoles y ejércitos incas durante la conquista de Perú por parte de Francisco Pizarro en 1536, la resistencia indígena consistió en una guerra de guerrilla, incursiones periódicas y retiradas hacia zonas remotas o de difícil acceso.