Pedro Linares López se despertó confundido. No sabía bien a bien qué eran las criaturas que se habían presentado en su sueño, pero tenía muy claro que le llamaban. Algunos tenían cabeza de venado y cuerpo de algún tipo de dragón; patas de elefante y complexión de lagartija. Las combinaciones parecían no empatar entre sí, pero de alguna manerafuncionaban en el conjunto. Era 1906. Era la Ciudad de México. Eran alebrijes.https://77c296c7f9558d5b93104acdc5bb7367.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html?n=0
En el umbral de la vigilia
Con 30 años de edad, Linares ya se ganaba la vida como cartonero. Una vez cayó enfermo, y en su delirio, un desfile de animales híbridos apareció frente a sus ojos. Como artesano de la Merced, en la Ciudad de México, no le parecieron demasiado extrañas. Por el contrario, se le presentaron como un presagio.
Después de despertar, Pedro Linares López se puso a trabajar. Como artesano oaxaqueño, sabía manipular la madera y usar el color. Cornadas, de papel maché, con las fauces bien abiertas y en tonalidades neón, las piezas que salieron de ese día de trabajo parecían vibrar por su cuenta.
El artesano nunca se imaginó que sus creaciones se convertirían, con el paso de los años, en iconos nacionales. Por su carácter chusco —entre compañeros cósmicos y demonios oscuros— y colores llamativos, los alebrijes muy pronto atrajeron la atención del mundo. Parecían asomarse desde el umbral de la vigilia, invitando a los espectadores a otra dimensión inconsciente.
información de muy interesante